Apuntes sobre Regionalismo Radical: de potestad comunitaria

El vecino es aquel que glorifica mucho más que los símbolos del patriotismo cívico que marcan la historia del colectivo país. Defiende y promueve una forma de vida en comunidad, llena de sentido, que emana de costumbres colectivas e historias individuales de otros vecinos del lugar. Es decir: el cantor del barrio, del pueblo y del campo; las actividades que se dan en fiestas patrias y las festividades que evocan a personajes ilustres del folklore local que marcaron un pasado lejano.

Somos vecinos de un barrio y nos proyectamos hacia la comuna, alcanzando la gloria regional, cuando compartimos un mundo inmenso en este pequeño-gran espacio. A veces se traduce en una cosmovisión y puede convertirse en un proyecto político histórico con miras a la conducción del destino de toda la comunidad regional. Ya sea cuando se toman decisiones claves en los asuntos administrativos del Poder, como la creación de una nueva región a partir de un gran espacio de tierra, o cuando nos organizamos para votar en democracia liberal por un líder del presente, en medio de la vorágine electoral. Pese a que muchas veces no tomamos consciencia de que estamos eligiendo el destino de la mayoría, más allá de la realidad regional. Así, llevamos al país hacia una dirección determinada, que deriva del sentido de comunidad y su entorno inmediato. El aquí y el ahora. La necesidad. Aquello que nos duele y nos da esperanza. No importa si lo que nos motiva es el caos del circo democrático, el punto es que nos movilizamos desde abajo, individualmente, hacia afuera y en suma, colectivamente.

El Regionalismo deriva del movimiento desinteresado de los vecinos. Ya sea por inercia o por intereses creados. Integra miles de voluntades y no discrimina clases sociales, porque cuando los vecinos se juntan por un horizonte común: el horizonte chileno. Se da en igualdad de condiciones, y muchas veces, en igualdad de oportunidades. No esta marcado -necesariamente- por izquierdas o derechas, que lo único que logran es parcelar los sentires individuales, crear odiosidades y diferencias sin sentido ni razón más que mantenernos en pugna constante entre vecinos. El Regionalismo también se trata de responsabilidad colectiva en una empresa sin diferencia, cuidando las instituciones materiales e inmateriales, buscando la paz y la prosperidad de los individuos de terruño. Para ello, nos educamos en colegios y universidades que se adaptan a las necesidades y competencias del medio en el que los vecinos viven, quienes se proponen construir los medios necesarios para alcanzar la prosperidad colectiva según lo que consideramos nos hace bien, nos hace felices. Porque no estamos solos.

Por tanto, es deseable indignarse si la mayoría se siente abandonada. Un «algo» debe impulsarnos a la acción concreta en los asuntos públicos y políticos. Sin embargo, lo que nos ha legado este sistema últimamente, es más bien indignación y negatividad hacia nuestro vecino. De ahí viene la falta, y luego llega la angustia. Hasta caer en abandonarnos a nosotros mismos tras abandonar al otro que vive en nuestro mismo espacio territorial. Es de suponer que tendrá que ver, también, con esta sociedad tan individualizada. Sentimos que todo está perdido y nos hundimos en ello. Y es ahí cuando la inercia de la rutina nos atrapa para terminar mirando para el lado, haciendo caso omiso a lo que nos embarga en el fondo del corazón. Es así que sólo nos queda esperar la muerte en este mundo deprimente, pero excitado por luces y pantallas.

¿Será que somos nuestros propios verdugos?

La comunidad carece de sentido en un mundo que fluye. Yacemos solos e inmiscuidos en nuestras pequeñas sociedades fragmentadas -virtuales e interpersonales- abrumados por la velocidad del exterior: estamos muy solos, y elegimos en nuestra inmensa libertad individual, acrecentar esa brecha con nosotros mismos.

Efectivamente: somos seres colectivos. ¿Qué duda cabe? Cada avance humano está marcado por conectarnos con un otro. Empero, el vecino como concepto se marca por antepasados, sentidos y destinos comunes. Podemos ser un colectivo con los pies en la tierra y consciencia que trasciende. Sin eso, los miembros, los individuos del todo, somos meras máquinas de la producción, como ocurre en el comunismo, o en el afamado neoliberalismo, que ha traspasado su crisis material a nuestras psiquis humanas. En conclusión: el aquí y el ahora, lo que nos rodea y el calor del abrazo de otro vecino, es opuesto a toda esa incomodidad que sentimos. Tomar nuestras propias decisiones es la potestad comunitaria última. Y pese a lo que muchos intentan instalar: esa voluntad oculta en cada uno, jamás pasa de moda.

Nicolás Reyes Bórquez, Chillán, Región de Ñuble, 2025

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