Hackear el sistema

«¿Y qué vas a hacer?»: La eterna pregunta individual. En la era actual, sorprende la ausencia de una reflexión colectiva sincera: «¿Y qué vamos a hacer realmente?».

Los movimientos sociales, antes fenómenos palpables y ruidosos, han adquirido una naturaleza «particular» en nuestros días. Aquellas épocas de movilizaciones con cacerolas y antorchas encendidas contrastan con la actual «post-materialización» de la protesta en el ciberespacio, a través de hashtags y publicaciones en redes. Por tanto, la búsqueda de cambio social expresado desde los fenómenos de masas se ha convertido en un asunto enteramente «particular».

Los motores del anhelo de transformación se han desplazado hacia las esferas más íntimas de la existencia urbana. Aquello que punza en la cotidianidad individual, la fricción del día a día, emerge como la chispa que enciende la protesta, eclipsando las grandes narrativas que antaño convocaban a la acción colectiva.

Las «luchas identitarias» de nuestro siglo, que marcan sobre todo a la generación millennial, o la resistencia a lo que se percibe como amenaza a las tradiciones que tanto ocupa a los conservadores, paradójicamente, se repliegan sobre el terreno de las vivencias personales; y esto tiene que ver más con conflictos de interés personal de cada sujeto, antes que con «convicciones», «principios» o algo que se le parezca. Se diluye así la visión de un futuro compartido, de un horizonte trazado en común para la comunidad, ya sea nación, país o continente. De hecho, la fragmentación de la experiencia moderna ha atomizado también nuestros sueños de un mañana colectivo.

Resulta paradójico cómo la exhortación a «hackear el sistema», a pesar de su uso constante y casi desgastado, resuena con una frescura innegable en este presente marcado por avances tecnológicos. Tal vez su persistencia radica precisamente en la descripción certera de nuestra condición: una experiencia humana hecha añicos, fragmentada, por la implacable rutina.

Es como si la marea de lo cotidiano nos arrastrara sin distinción, sumiéndonos en un torbellino de entropía donde la individualidad se difumina en la masa. Ante este panorama, la idea de introducir «algoritmos de aleatoriedad», en uno u otro sentido, se antoja como un intento desesperado por inyectar una chispa de incertidumbre, una bifurcación en el camino predecible de nuestros días. ¿Será que la única forma de escapar a la parálisis de la rutina es sembrar el caos controlado, una suerte de «ruido blanco» en el sistema de nuestras vidas?

Algoritmos de aleatoriedad

Los algoritmos de aleatoriedad son métodos para resolver problemas que utilizan el azar como parte de su proceso. En lugar de seguir un camino fijo y predecible, incorporan decisiones o selecciones aleatorias en algunos de sus pasos. Esta introducción de la incertidumbre puede ser útil para encontrar soluciones más rápidamente, simplificar la lógica del algoritmo o incluso para abordar problemas donde un enfoque determinista tradicional podría fallar. Piensa en ellos como algoritmos que «tiran una moneda al aire» en ciertos puntos para decidir qué hacer a continuación.

La mera idea de «algoritmos de aleatoriedad» evoca la posibilidad de introducir una variable incontrolable, un elemento de sorpresa dentro de la lógica predecible que parece gobernarnos. Pero otorga a quien controla el método cierto control de la situación futura. Dicho de otro modo, otorga la ventaja de planear cuál será el próximo paso: te vuelve impredecible, sin perder el foco en el objetivo. Y es que la vida misma está tejida con hilos de azar.

1. Un [código]: Conspirar, Sabotear, Disrumpir y varias (meta)consideraciones

class AccionPolitica {
constructor(conspirar, sabotear, disrumpir) {
this.c = conspirar;
this.s = sabotear;
this.d = disrumpir;
}
}

let MetaIronía = true;
let respuesta;

if (MetaIronía) {
respuesta = «¡Sí!»;
} else {
respuesta = «¡Sí!»;
}

console.log(respuesta);

Sugerimos seguir una clase de acción política basada en tres propiedades fundamentales con resultados ligados a meta-resultados. Las propiedades (o para efectos políticos, principios) de la acción política son:

  • Conspirar
  • Sabotear
  • Disrumpir

Conspirar: la soberanía reside en el pueblo. Resulta crucial recordar que la legitimidad del poder político emana directamente de la voluntad de los ciudadanos, quienes, a través del sufragio y otras formas de participación, delegan temporalmente su autoridad en representantes. De ahí que la autoridad última reside en nosotros, el pueblo.

Esta concepción sitúa al «Pueblo» en un lugar central, como la fuente última de la dirección política. Las decisiones que se toman en nombre del Estado y de la Nación, y que inevitablemente nos impactan a todos, encuentran su origen en ese poder soberano que reside en cada uno de nosotros. Es un recordatorio constante de la responsabilidad cívica y de la capacidad que tenemos, como colectivo, de moldear nuestro destino político.

Quienes detentan esa autoridad depositada, a su vez, están ligados por procedencia y conexiones familiares-políticas-económicas a aquello llamado «la fronda aristocrática-criolla» (o élite política). Ellos conspiran contra el soberano. Se unen y organizan en secreto para planear y ejecutar acciones, generalmente con la intensión de mantener o ganar más poder y aumentar sus privilegios, causando daño o perjudicando a la mayoría. Nosotros somos la autoridad trasgredida, porque somos la comunidad nacional que sufre o se beneficia de los asuntos de la política.

Si ellos lo hacen contra nosotros, nosotros tenemos el derecho de hacerlo contra ellos.

Sabotear: la élite política que detenta el patronaje del diseño de lo que es la política, la economía y todos los asuntos que envuelven las labores políticas del Estado, se organiza como grupo para mantener la existencia de un mundo que responde a los intereses particulares de sus individuos. Sabotear sus planes es crucial para el algoritmo.

Cada uno de nosotros debe valer por 10 o más seres, en el caso de que no se actúe en grupo. En cualquier caso, sabotear, es decir, realizar una modificación, destrucción, obstrucción o cualquier intervención en una operación de la élite política, con el propósito de obtener algún beneficio, es un deber.

Disrumpir: «Disrumpir», en su esencia, evoca la imagen de una irrupción repentina, un quiebre que altera el curso establecido de algo. Es la acción detrás de la «disrupción», ese momento en que lo inesperado se manifiesta para transformar radicalmente un proceso, una forma de operar o incluso una manera de pensar. Lo «disruptivo», entonces, es ese adjetivo que describe la cualidad de aquello que tiene la capacidad de generar esa interrupción brusca y transformadora. En un mundo cada vez más dinámico, la capacidad de disrumpir se ha convertido en un motor de cambio constante.

Si vas a hacer algo en política, que sea épico. No temas ser extravagante. No pongas atención alguna a la forma de las cosas, sólo deja a tu ser fluir en tu acción política. La llamada es la siguiente:

La autenticidad es hermosa y profunda. Es cuestionable e invita a la reflexión. En un mundo que a menudo nos empuja hacia la conformidad, la invitación a ser único, irrepetible, resuena con la fuerza de un despertar. Ser uno mismo implica un viaje interior, un descubrimiento de esa esencia que nos distingue y nos hace particulares.

Y la segunda parte de la exhortación es igualmente poderosa: elevar lo que somos en cada acción. Esto sugiere imbuir cada tarea, cada interacción, cada momento de nuestra existencia con una intención trascendente, con aquello que nos conecta con aquello que somos. Esto es, también, la búsqueda constante de dotar de sentido el mundo que nos rodea.

Si la acción política que realizas no te divierte, no sirve.

Las problemáticas que fundan estas tres propiedades, de no ser resueltas, sólo indican una cosa: la democracia no sirve. Esta conclusión terrible en sí misma, pone en entredicho y escrutinio el sistema, por tanto, es necesario plantear la necesidad de mejorarse. ¿Será necesario eliminar la democracia de cuajo y optar por un sistema nuevo en el que migrar los asuntos de «lo público»?

2. (Meta)Ironía sí o sí y otras (Meta)Consideraciones para la acción política

Hay un mundo real que acontece muy en el fondo de las capas ocultas que subyacen al ejercicio del poder político. Es cierto, tras el velo institucional y la parafernalia estatal, palpitan seres humanos con sus inherentes fragilidades y necesidades humanas. Y hasta el día que la política no la dirijan IA’s o máquinas, seguirá siendo del mismo modo. Sin embargo, la fachada mediática, ese entramado que va desde la televisión hasta las redes sociales, construye una narrativa cuidadosamente elaborada, una especie de simulación que a menudo oscurece esa humanidad fundamental.

Desmitificar la cultura dominante, se convierte entonces en un acto subversivo, en un desmantelamiento de los pilares que sostienen esa imagen construida. En un escenario donde las apariencias son moneda corriente, la esfera íntima de quienes gobiernan se transforma en un arma de doble filo, un recurso explotado para proyectar una imagen específica, ya sea de elitismo distante o de erudición inaccesible.

Un hecho penetrante nos recuerda la verdad esencial: bajo esas máscaras, late la misma humanidad que compartimos. Sus vulnerabilidades, sus rutinas más básicas, sus necesidades primarias no difieren de las nuestras. El llamado a correr el telón de la representación y a reconocer la humanidad compartida, incluso en aquellos que ostentan el poder. No son más aristócratas que tú, tampoco son más inteligentes que tú por tener doctorados o magísteres en las universidades de la élite angloparlante. Son seres tan frágiles y expuestos a errores como cualquier ser humano. Se termina todo tipo de alienación al reconocer esto como primer paso. Aquello que va más allá de la política, es un recurso clave.

La «meta-ironía» es un recurso de suma importancia en toda acción política.

Tal cual es la política hoy en día, esto dibuja un panorama complejo y desolador, pero no por eso menos divertido. Se concibe como un punto de llegada, una amalgama de un supuesto saberlo todo y una ausencia total de compromiso. Es una sabiduría, que no se adquiere en la teoría, sino en el áspero roce de la experiencia. No es necesario que lo hagas en grupo, pero es deseable hacerlo. Sin embargo, te permite transitar el camino del lobo solitario sin problemas.

Desde esta posición de aparente conocimiento exhaustivo, la acción política se despoja de cualquier idealismo, transformándose en una suerte de juego estratégico. Lo meta-irónico se percibe a sí mismo, en política, representado como un titiritero en un escenario poblado de marionetas movidas por intereses egoístas. En este cinismo lúcido, y muy propio de nuestros tiempos, cualquier noble aspiración se degrada a la categoría de un actor más en la función, desprovisto de una autenticidad trascendente.

Es una perspectiva que sugiere una profunda desilusión con la política como espacio de transformación genuina, abrazando en cambio una distancia irónica, una suerte de superioridad basada en la creencia de haber descifrado el funcionamiento oculto del sistema. ¿Pero acaso esta visión panorámica, obtenida a costa del compromiso, no corre el riesgo de convertirse en una forma de alienación, donde la lucidez se torna en inacción y la sabiduría en una fría resignación? Sí y no. Es paradójico y eso lo hace exquisito. Porque en resumen, utilizar la meta-ironía te da la oportunidad de no creer en nada, porque ya lo sabes todo. No hay ataduras, pero puedes fingir que te encadenas si el proyecto mayor lo amerita. Te conviertes en un agente, más que en un activista.

Profundicemos un poco más, ya que la meta-ironía tiene una serie de escalones:

  • La sinceridad es decir algo directamente, queriendo decirlo (con toda sinceridad)
  • La ironía es decir una cosa queriendo decir lo contrario (Sarcasmo)
  • La postirónía es decir una cosa, haciendo parecer que quieres decir lo contrario, pero en realidad siendo sincero. La pospostirónía sería ser sarcástico sobre ser sarcástico sobre ser sarcástico. Y puedes agregar capas tan profundas como quieras.
  • La meta-ironía es decir una cosa y dejar en claro si lo dices en serio o lo contrario. Puedes pasar de cualquier capa de ironía a la meta-ironía haciendo al menos una capa (usualmente la última) ambigua. Si alguien te atrapa, sólo di que sí.

¿Te mareaste? Pues esa es, precisamente, la idea que se intenta provocar.

La meta-ironía es una ironía que destroza la propia negación de lo dicho o hecho. De este modo, se convierte en afirmativo. En otras palabras, la meta-ironía incluye o suma humor y contradicción, provocando en última instancia aniquilar el sentido racional de lo dicho o hecho. Esto te da el poder de usar la ironía para poner en entredicho no la razón en sí, sino la autoridad que fundamenta la razón.

Un artista despojado de su hacer, cuya existencia misma se convierte en su obra. ¿Hay algo más épico que un artista sin obra existente? Pues eso es el soberano: una autoridad sin autoridad. Es como si la potencialidad creativa, en lugar de manifestarse en objetos o acciones concretas, se hubiera replegado hacia el interior del ser, transformando la propia vida en una performance silenciosa. Sin embargo, la idea aquí es que no sea silencioso bajo ningún concepto, sino todo lo contrario.

Este artista «existente» nos invita a reflexionar sobre la naturaleza de la política y la identidad del político. ¿Es la política el único criterio válido para definir a un político? ¿O puede la intensidad de una visión, la profundidad de una sensibilidad no expresada de forma convencional, constituir una forma de política en sí misma?

El desafío es alcanzar una comprensión tan profunda del mundo o del propio ser que la necesidad de traducirlo en una acción política tangible se desvanece. Su existencia se convierte en una interrogante constante, una presencia que cuestiona las convenciones y nos fuerza a reconsiderar los límites entre el ser y la acción política. Es una figura enigmática que nos deja preguntándonos sobre la obra invisible que reside en el interior de cada uno.

Hemos perdido tanto el interés en la política, que ya no sufrimos al hacer política. Nuestra intención es mantenernos fuera de toda manifestación política, pero sin abandonar la política convencional un sólo centímetro. Porque quizás los tiempos que corren nos mantienen solos e individualizados en nuestros perfiles de redes sociales donde pensamos que hacemos un cambio, pero no hacemos nada. Es aquí donde el acto de hacer nada, algunas veces, puede hacer mucho.

Y viceversa.

Ríete de la idea de que la élite haga política, no de la política en sí. Haz política sin hacer política de la manera convencional y provoca tensión en aquellos que se sienten dueños de ella. Jamás des una señal clara de lo que estás haciendo, sólo hazlo y observa lo que desencadenan tus acciones o tus dichos y continúa escribiendo el código hasta el infinito y a toda velocidad. Al final, todos entenderán sin siquiera entender por qué.

Destruye sus cerebros. Provoca que no tengan idea en qué creer hasta que sientan que están más confundidos que nunca.

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